ARIEL PETRUCHELLI
Ciencia y utopía
Ariel Petruccelli nos invita, nuevamente, a meditar sobre los desafíos para un socialismo de nuestro tiempo esta vez con su último libro, Ciencia y utopía.
El artículo original fue publicado en el Semanario Brecha (19/5/2017) a partir de un convenio entre ambas cooperativas.
Con un capitalismo global cada vez más en crisis y en un contexto continental en el que las fuerzas neoliberales parecen tomar impulso tras cierto impasseprogresista, Ariel Petruccelli nos invita, nuevamente, a meditar sobre los desafíos para un socialismo de nuestro tiempo. Su último libro, Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista (publicado hace ya algunos meses en una coedición realizada por Herramienta y editorial El Colectivo) es, sin dudas, más que una buena excusa para volver a reflexionar sobre algunos debates “clásicos” en torno al socialismo, nada menos que a cien años de la revolución de octubre.
Lejos de la moda académica que pretende “ocultar” (cuando no negar) cualquier intencionalidad política, en la obra de Petruccelli están el punto de partida y el de llegada. El de partida porque el compromiso con la estrategia socialista está presente desde el vamos, sin renegar por ello, como ya nos tiene acostumbrados a quienes somos atentos partícipes de su producción político-intelectual, de su creativa combinación entre densidad teórica, rigurosidad analítica y precisión histórica. El de llegada porque todo este aparato erudito se expresa en un lenguaje llano y accesible plagado de metáforas simples, y bien distante de aquellos que confunden complejidad con incomunicabilidad. Nada elitista en sus pretensiones, el libro podrá recorrer el aula universitaria y a quienes sólo tengan como propósito la reflexión erudita, así como también la mochila militante, ya que su contenido trae sobrados elementos para reflexionar sobre nuestra praxis.
Esta publicación es la parte final de una trilogía que involucra otras dos producciones: Materialismo histórico: interpretaciones y controversias y El marxismo en la encrucijada. En el primero se abordan los problemas interpretativos de la dinámica histórica de las versiones canónicas del marxismo; en el segundo, los desafíos epistemológicos que tiene por delante el marxismo en el presente si quiere volver a posicionarse en la primera línea de discusión. En Ciencia y utopía se defiende la importancia de la ética y la “imaginación utópica” en la estrategia socialista para el siglo XXI, sin desdeñar por ello el ineludible aporte del análisis científico. Distanciándose del marxismo ortodoxo en el que “lo utópico” se reduce a la búsqueda de quimeras, y tras un análisis pormenorizado de la obra de los fundadores del materialismo histórico, muestra que no existe en éstos una ruptura con los “grandes utopistas” sino, más bien, la convicción de la necesidad de complementar dicha imaginación con el análisis científico del devenir histórico y sus contradicciones.
En este contexto, Petruccelli rescata una carta de Marx a Richard Sorge, escrita en la misma época en que Engels escribía sobre socialismo científico y socialismo utópico, en la que antepone al utopismo un “socialismo materialista crítico”. El autor nos sugiere que, de haber prevalecido este término, pudo habernos evitado ciertos usos políticos de la ortodoxia que veían en el calificativo de utópico algo poco menos que un insulto, mofándose de una supuesta superioridad que les otorgaba su método “científico”. Es que para los padres del materialismo histórico, el problema de los utopistas estaba históricamente condicionado.
Sus bellísimos diseños de sociedades futuras, como los falansterios de Fourier o las propuestas de reforma industrial de Owen, se explicaban en parte por la incipiente constitución –y por tanto débil organización– del proletariado como antagonista del capital. Las propuestas utopistas no podían sino basarse en idealizaciones de una sociedad futura improbable. Por ello Marx y Engels oponían a las ilusiones de los utopistas el “movimiento real de los trabajadores” con un propósito claro: ante el devenir histórico del capitalismo y sus contradicciones, con el desarrollo del proletariado como antagonista del capital, el cambio social no iba a surgir de la cabeza de ningún genio sino de sujetos colectivos pujando por la transformación. Es este principio de realismo político, según Petruccelli, uno de los grandes aprendizajes a extraer.
NECESIDADES Y REALISMOS. En una suerte de cruzada contra el dogmatismo, el texto propone que Marx y Engels no debieran considerarse como partidarios de la realización de la “necesidad histórica”. O sea que, más allá del “realismo político”, no hay que posicionarse del lado de los ganadores por el mero hecho de que “es lo que hay, valor”.
De hecho, en diversas oportunidades de sus vidas y pasajes de sus obras optaron por la causa de los oprimidos, así estuvieran sus empresas destinadas al más rotundo fracaso. He aquí la explicación de sus simpatías por los esclavos de Espartaco, Müntzer y su campesinado, la gesta heroica de la Comuna de París y los populistas rusos. Haciendo esto, Petruccelli no renuncia a tratar con la más absoluta honestidad intelectual y sin barrer para abajo de la alfombra aquellos pasajes de la obra marxiana que contradicen dicha interpretación, como los textos en defensa del colonialismo inglés en India, sino que son tratados con la debida atención que se merecen.
Finalmente, el libro indaga sobre la existencia de principios éticos en la obra de Marx, donde se destacan particularmente el ideal de libertad concebido como autorrealización, y la defensa de una ética de la producción creativa por sobre la ética del consumo. A su vez, en un interesantísimo contrapunto con la obra del liberalismo igualitario de John Rawls, discurre sobre la necesidad de una teoría de la justicia en el comunismo. Sus fundamentos radican en que los límites ecológicos impuestos por el capital no nos habilitan a pensar una sociedad futura de abundancia irrestricta, más allá de la justicia. O sea que el pasaje del “reino de la necesidad” al “reino de la libertad” puede depararnos más problemas de los que los viejos socialistas imaginaron.
De esta forma, argumenta de manera por demás convincente que, trascendiendo la dura materialidad, también existen injusticias simbólicas, afectivas y de reconocimiento que no desaparecerán en el comunismo y deben, por tanto, ser objeto de nuestra reflexión. Por último deja abiertas preguntas por demás necesarias para la construcción de una ética socialista: ¿todos los principios que defiende el capitalismo son desechables?, ¿cuáles deberíamos defender a secas?, ¿cuáles resignificar?, ¿cuáles efectivamente descartar y qué valores contraponerles? Las sugerencias del libro son un buen punto de partida para la necesaria construcción colectiva de las respuestas.
Advirtiendo que forma parte de una trilogía en la que los textos pueden leerse con independencia, cabe señalar que algunos de sus presupuestos analíticos están desarrollados in extenso en los trabajos anteriores. A su vez, el compromiso múltiple con la ética, la imaginación utópica, la rigurosidad científica y la responsabilidad política es abordado de forma muy desigual. De hecho, la imaginación utópica y la responsabilidad política (el problema de la estrategia, la transición y los desafíos programáticos) están menos presentes que los problemas de la ciencia y la ética.
Sin perjuicio de ello, el lector encontrará una revitalización teórica y política fundamental para poner nuevamente al socialismo en el orden del día, sin desconocer errores del pasado y encrucijadas del presente. Será tarea de todos, entonces, seguir el viejo consejo de Adolfo Sánchez Vázquez que, en cierta medida, recoge este libro: “los utopistas se han limitado a imaginar el mundo futuro de distintos modos, de lo que se trata es de construirlo”.
* Economista, integrante de cooperativa Comuna.