DEPENDENCIA
¿Dependientes o rentistas?
El progresismo ni cambió reglas ni se apropió de la renta extraordinaria del país de los últimos años, dicen en esta columna de opinión de Gabriel Oyhantçabal* y Martín Sanguinetti**.
El artículo original fue publicado en el Semanario Brecha (04/03/2016) a partir de un convenio entre ambas cooperativas.
Para el pensamiento de izquierda siempre fue un desafío entender las particularidades del capitalismo latinoamericano, más que por “curiosidad científica”, por la necesidad de identificar las tareas “correctas” para la acción política. Las reflexiones incluyeron desde variantes dogmáticas del marxismo, que enfatizaban el carácter predominantemente feudal del modo de producción de América Latina, posiciones “reformistas” preocupadas por la falta y la deformación de nuestro capitalismo, y posiciones “radicales” que identificaban en el “desarrollo del subdesarrollo” y en el sometimiento al imperialismo la explicación principal de nuestra condición. Desde la crítica de la economía política existe también otra posición, cuyo foco de atención está en la particular inserción de nuestras economías en la división internacional del trabajo, lo que determina la apropiación permanente de renta de la tierra. Creemos que sigue siendo una buena herramienta para reflexionar, para entender nuestra historia y la actual coyuntura.
LA DEPENDENCIA. Entre los desarrollos particulares más destacados del pensamiento social latinoamericano se encuentra sin lugar a dudas la teoría de la dependencia, que intentó explicar las singularidades de nuestro continente como resultado de su inserción subordinada en el concierto mundial. Entre sus vertientes, la teoría marxista de la dependencia colocó al intercambio desigual entre naciones formalmente independientes en el cerno de su propuesta teórica. Inspirados en la interpretación del capital monopolista, tributaria de Lenin, Baran y Sweezy, señalaban que a la hora de comerciar, mientras los países periféricos vendían mercancías a su valor, los países centrales (Europa y Estados Unidos) podían colocarlos a precios monopólicos, ya que controlaban los últimos avances tecnológicos. De esta forma, América Latina tendía a pagar más caro lo que compraba, perdiendo así parte de la plusvalía (el excedente) producida localmente. Esto no sólo empobrecía la economía, sino que también forzaba a los capitales a “superexplotar” a los trabajadores (pagar salarios por debajo de su valor) para compensar la pérdida de valor.
El problema de esta explicación teórica, como han señalado diversos autores,1es que sostiene que en la era del “capital monopolista” los precios se regulan directamente en función de intereses comerciales y geopolíticos. Dejan de lado así la teoría del valor, y su explicación de los precios como el resultado de la competencia a muerte entre capitales por bajar sus costes individuales a través de la incorporación de innovaciones, y cuyo resultado es la caída tendencial de la tasa de ganancia.
Tras la pista de la renta. Si algo tiene en común el conjunto de economías latinoamericanas es que su inserción en la división internacional del trabajo ha sido como proveedoras de mercancías producidas a partir de condiciones naturales excepcionales: carnes y granos en las pampas del sur, minerales en la cordillera de los Andes, pesca en sus generosos recursos hídricos e hidrocarburos en el continente y la plataforma marítima. Esta cualidad es la que algunos autores como Juan Iñigo Carrera2 han destacado como determinante en la conformación de nuestras economías, en tanto la posibilidad de apropiar monopólicamente un bien finito y no reproducible como la tierra permite capturar una masa extraordinaria de plusvalía que no obtienen los capitales que se reproducen en condiciones “normales”.
Como parte de este proceso, la gran mayoría de los países se integraron al ciclo capitalista como libres e independientes. Es decir, no fueron sometidos de facto a la explotación colonial, sino que existieron, y existen, clases sociales que apuntalaron formas de dominación internas que favorecieron este modo de reproducción del capital y, en particular, se apropiaron de parte de la renta proveniente de la explotación de los recursos naturales. Este factor, además. permite explicar los altos grados de desigualdad que registra América Latina en la comparación mundial. Esta particularidad complejizó aun más el análisis, ya que no se trataba sólo de identificar el “problema externo”, sino que ahora aparecían en el mapa clases sociales directamente interesadas en perpetuar esta forma de inserción en el concierto mundial.
Con el foco puesto en los ciclos de la renta, y a partir de ésta, en las pujas internas por su distribución se modifica el enfoque sobre la periferia que heredamos del pensamiento dependentista. Para ser más claros. Cuando los flujos de renta crecen hay condiciones para que el Estado “intervenga” en el proceso económico apropiando renta (sea a través de impuestos, detracciones, tipo de cambio o directamente expropiando el recurso), pero en general sin alterar sustantivamente los intereses de las clases poderosas. En función de la correlación de fuerzas entre sujetos en pugna, se modificará la distribución de la renta y con ésta la posibilidad de construir pactos distributivos más “inclusivos” mediante los cuales regular el conflicto capital-trabajo, estimular a sectores poco productivos o emprendimientos bajo control obrero, y expandir el sistema de protección social (salud, educación, vivienda y seguridad social).
Cuando los flujos de renta descienden, se resquebraja el pacto. Los capitales empiezan a presionar por la desregulación laboral y el alivio fiscal, los gobiernos buscan desesperadamente fuentes de financiación sustitutivas (en general endeudamiento externo), mientras que los sectores liberales pasan a la ofensiva acusándolos de populistas e improvisados. En general ante estas situaciones se impone el recambio del gobierno –más o menos democráticamente– por otro que proclama la seriedad y la buena gestión para volver a hacer funcionar la economía. Otra alternativa es que los otrora “populistas” comiencen a implementar el paquete de ajuste intentando tranquilizar a “los mercados”, por más que sea un escenario poco sostenible a largo plazo, como parece mostrar Brasil en la actualidad.
Uruguay sin renta. En otros artículos publicados en Brecha3 hemos presentado resultados de una primera aproximación a la dinámica de la renta agraria del suelo en el período 2000-2013, exclusivamente centrada en la renta apropiada por los dueños del suelo vía precio de arrendamiento. Incluyendo cifras actualizadas a 2014 (véase gráfico) queda en evidencia el ciclo expansivo de la renta en ese período. La renta total pasa de 297 a 1.939 millones de dólares corrientes, y la mayor proporción fue apropiada por capitalistas y terratenientes (1.639 millones de dólares en 2014, 84,5 por ciento del total), mientras que el Estado, vía impuestos y propiedad de la tierra, apenas mantuvo su participación relativa (149 millones, 7,7 por ciento del total). Incluso teniendo en cuenta que en los últimos años se restauró el impuesto al patrimonio rural (2013), el impuesto de primaria a inmuebles rurales (2015) y la eliminación de la exoneración de la contribución inmobiliaria rural (2015).
A pesar de que el estudio no aborda la magnitud de la renta apropiada a través de la sobrevaluación del tipo de cambio, el trabajo evidencia que el progresismo en Uruguay no avanzó sustantivamente en la apropiación de la renta extraordinaria que disfrutó el país en los últimos años, sino que apostó a la captación sin tocar las reglas establecidas, a diferencia de otros procesos en el continente.
El flujo descendente de la renta ligado a la caída de los precios de las commodities es mucho más nuevo (2013-2014), por lo que recién ahora se está traduciendo en un ajuste de los precios de arrendamiento. No obstante, la devaluación del dólar en más de un 50 por ciento entre mediados de 2013 y comienzos de 2016, son el mejor indicador de que la reducción en la masa de renta ya no permite sostener el dólar a $20.
La pregunta que se impone, y que ha dinamizado largos debates en nuestra historia, pero que nos urge en esta coyuntura, es cómo enfrentar una etapa con menos renta del suelo. Si hay consenso en rechazar la agenda del ajuste de la derecha, la cuestión parece reducirse a la encrucijada entre avanzar posiciones en la captación de renta, o administrar la etapa con la mayor pericia posible, cruzando los dedos para que “vuelva la renta” extraordinaria y desembarquen capitales salvadores. Si esto no ocurre, ya sabemos, por la historia y por la actualidad, que en el recorte peligran conquistas que benefician al grueso de la sociedad y que el juego del achique lo pagan siempre los que menos tienen.
*Magíster en ciencias sociales agrarias. Docente de la Universidad de la República
- Véase por ejemplo “Competencia y monopolio en el capitalismo globalizado”, de Diego Guerrero, “Valor, acumulación y crisis”, de Awkward Shayk, y “Crítica del marxismo liberal”, de Juan Kornblihht.
- Véase sobre todo La formación económica de la sociedad argentina. Volumen 1. Renta agraria, ganancia industrial y deuda externa. 1882-2004, Buenos Aires, Imago Mundi.
- http://brecha.com.uy/parte-por-parte/