NEOLIBERALISMO
La pobreza como un problema personal y privado
La individualización es el ropaje des-socializante de la ideología neoliberal en las nuevas políticas sociales. No sólo entiende la pobreza como fenómeno individual, sino que promueve en los beneficiarios una interpretación individual de su problema, lo que la hace doblemente des-socializante. José Pablo Bentura Alonso y Alejandro Mariatti
El artículo original fue publicado en el Semanario Brecha (2/9/2016) a partir de un convenio entre ambas cooperativas.
A partir de los años setenta se registra a nivel planetario el comienzo de profundas modificaciones en todos los órdenes de la sociabilidad. El historiador Eric Hobsbawm lo llama el fin de la edad de oro y el comienzo de la edad del derrumbe; el final de las tres gloriosas décadas, con la ruptura del pacto interclases, lo nombra el profesor Adam Przeworski. Es el inicio de una transformación sustantiva de la cuestión social, tematizada como metamorfosis por Robert Castel; o directamente como una nueva cuestión social, según Pierre Rosanvallon.
Estas transformaciones –notablemente estructurales– se registran de forma radical en todas las esferas, en el sentido de que afectan radicalmente todo un sistema, erigiendo una nueva estructuración. Ejemplo de ellas son: el cambio del patrón de acumulación –que disloca la regulación Estado-céntrica y la reenvía a la regulación del mercado–; la transformación sustantiva en el tipo de relacionamiento entre las naciones –afectando el relacionamiento cultural, poblacional, comercial, de flujos de capital–; las transformaciones en el mundo del trabajo, y la aceleración de procesos tecnológicos que ya se anunciaban a partir de la segunda posguerra.
Estos cambios han generado niveles crecientes de desempleo, que entre otras cosas, en los modelos bismarkianos, reducen la cantidad de aportantes a la seguridad social, desencadenando –en una lógica procíclica– la reducción de las exigencias al capital por parte de los estados, rebaja de impuestos, menores controles y reglamentaciones. El llamado proceso de flexibilización trae de la mano la desfinanciación de los “estados sociales”.
En tal sentido, se inicia un período marcado por el avance del mercado como distribuidor de beneficios, y un repliegue de la desmercantilización propia de los estados de bienestar. En el Cono Sur de nuestra América, a partir de la crisis del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, los esfuerzos de los estados sociales son reorientados, la ampliación de la ciudadanía con enclave en el mundo del trabajo retrocede, apuntando a generar sistemas residuales de integración social de los sectores “marginados”. En otras palabras, el Estado desplaza la centralidad de sus intervenciones desde la esfera productiva a la “social”, regulando aspectos reproductivos de la vida en la pobreza. (Conviene no olvidar que la imposición de este modelo precisó en nuestros países de brutales dictaduras que diezmaron los movimientos capaces de oponer alguna resistencia.)
El ajuste estructural tuvo como principal objetivo desmontar todos los sistemas corporativos que habían configurado los frágiles estados sociales en América Latina; así les dieron el tiro de gracia a los restos de la industria de sustitución de importaciones, barriendo con toda protección arancelaria para –al eliminar la garantía de pleno empleo– reducir el valor del trabajo y captar inversiones externas.
Los nuevos programas sociales comienzan a implementarse en los años noventa, precisamente por la crisis de integración social resultante de la aplicación de las políticas de ajuste arengadas desde los organismos internacionales. Así, pretenden resolver esta brutal crisis civilizatoria con programas focalizados, tercerizados y que promueven la participación de la sociedad civil…; es como pretender curar la herida con la misma espada con la que hicieron el corte que dividió a la sociedad.
Los programas de transferencia de renta condicionada, en tanto estrategia de combate a la pobreza, continúan los procesos de mercantilización sin desatender las necesidades de reproducción social –en su versión mínima– de aquellos desplazados del proceso productivo total o parcialmente. El concepto de focalización, en contraposición al de universalidad, se volvió de uso normal en el análisis de las políticas sociales a partir del “Consenso de Washington” y el comienzo de las “políticas sociales de segunda generación”, que, de acuerdo con su discurso, apuntan a la identificación lo más precisa posible de las poblaciones objetivo, cuyas carencias se busca superar a partir de la coordinación de políticas y de estrategias integrales.