CAPITAL

Un socialismo para nuestro tiempo

El socialismo moderno advino al mundo como crítica del capitalismo. Y hay razones para pensar que, mientras éste exista, existirá el socialismo como su antítesis. Desde este punto de vista no hay motivo para el desencanto, la desazón o el pesimismo entre los socialistas. Pero esta es sólo una cara de la medalla. Ariel Petruccelli

April 8, 2016
COMUNA

El artículo original fue publicado en el Semanario Brecha (08/04/2016) a partir de un convenio entre ambas cooperativas.

Sean cuales sean sus antecedentes remotos, el socialismo moderno advino al mundo como crítica del capitalismo. Y hay razones para pensar que, mientras éste exista, existirá el socialismo como su antítesis. Desde este punto de vista no hay motivo para el desencanto, la desazón o el pesimismo entre los socialistas. Como negatividad pura, como rechazo ético-político del capitalismo, el movimiento socialista tiene y tendrá vigencia. Pero esta es sólo una cara de la medalla. La otra es que el socialismo entraña también un elemento de positividad: una real (realizable) alternativa económica, social, política, moral y cultural a los distintos órdenes del capital. En este terreno las razones para el optimismo son menos claras.

CRITICANDO AL CAPITAL. Aplastados sus enemigos históricos, conquistados los antiguos bastiones comunistas, colonizadas áreas enteras de la vida antiguamente no mercantilizadas, alcanzado algo parecido a la hegemonía político-ideológica, las fuerzas del capital se presentan como increíblemente poderosas. Sería absurdo desconocerlo. Necio negarlo. Y sin embargo, no es menos absurdo ni menos necio extraer de este hecho la conclusión de que si hay capitalismo para rato debemos llevarnos bien con él. Al menos por tres razones principales. La primera es que no es nada evidente que haya capitalismo para rato. El desarrollo irrefrenado de la sociedad de consumo nos ha colocado, ya, ante claros límites ecológicos. Dicho crudamente: el capitalismo está devastando el planeta, sin que haya garantía alguna de que futuras tecnologías puedan solucionar los desastres que les dejamos a las generaciones venideras… ¡y todo esto sin ser capaz de asegurar una vida digna a dos tercios de la población mundial! La segunda es que su poderío no torna al sistema más defendible éticamente. Todos los males por los que la tradición socialista criticó al capitalismo siguen vigentes, en algunos casos apenas morigerados, en otros cruelmente acrecentados. ¿Es necesario reseñar las desigualdades y las catástrofes sociales provocadas durante la era neoliberal? En cualquier caso, éticamente, no parece ni muy defendible ni muy apreciable una sociedad cuyo modelo de ciudadano lo representa un consumidor compulsivo. Y la tercera, pero fundamental razón, es que se acumulan evidencias de que el sistema no es capaz de cumplir ni siquiera sus propias promesas parciales, ni de garantizar estabilidad. Hoy parece indiscutible lo que siempre supo Marx: que las crisis económicas no pueden ser evitadas, que son constitutivas del capitalismo. Como dijera Terry Eagleton en 2003, “el Fmi es muy consciente de la repugnante inestabilidad de todo este negocio; una inestabilidad que, irónicamente, la globalización profundiza”. Más aun, el capitalismo no sólo es intrínsecamente inestable: puede incluso autodestruirse. La catastrófica situación ecológica de nuestro planeta hace de esta posibilidad algo real.

Debemos, entonces, meditar sobre el socialismo, compelidos por la trágica conciencia de su necesidad, pero con la obligación intelectual de asumir que todos los males y desastres del capitalismo no constituyen garantía de que el socialismo podría hacer mejor las cosas. La experiencia histórica, con sus infinitas ironías, nos ha arrojado en esta trágica situación en la cual ante un capitalismo descontrolado no disponemos de ningún modelo mínimamente claro y creíble de socialismo que oponer. Las tempestades de la historia barrieron con los ensayos socializantes del pasado, sin que apenas nadie derramara una lágrima. El modelo de socialismo estatal, autoritario y burocrático conocido en el siglo XX no es, definitivamente, una buena alternativa a los desmanes del capital. Pero entonces, ¿cómo sería posible refundar el socialismo?

NEOSOCIALISMO. Las realidades políticas de hoy han obligado a los marxistas y a los socialistas a revisar críticamente casi todos los supuestos de su práctica: el rechazo del mercado como principio de organización económica, la toma del poder como medio de transformación social, la posibilidad real de una sociedad de la abundancia (el problema ecológico pone orden del día la inviabilidad de la extensión de los niveles de consumo de los países centrales al conjunto de la población mundial: sencillamente, el planeta no lo toleraría), etcétera.

Según Perry Anderson –y creo que pocos diferirían al respecto–, los fundamentos del socialismo clásico eran cuatro: una proyección histórica, un movimiento social, un objetivo político y un ideal ético:

“La base objetiva para la esperanza de trascender el capitalismo reside en la naturaleza progresivamente social de las fuerzas productivas industriales, tornando la propiedad privada de las mismas (…) incompatible a largo plazo con la propia lógica del desarrollo económico. El agente subjetivo capaz de asegurar una transición para las relaciones sociales de producción era el trabajador colectivo, producido por la propia industria moderna, una clase trabajadora cuya propia autoorganización prefiguraba los principios de la sociedad venidera. La principal institución de esa sociedad sería la planificación consciente del producto social por sus ciudadanos, como productores libremente asociados participando en común de sus medios básicos de subsistencia. El valor central de ese orden sería la igualdad (…)”.

Todos estos principios se hallan hoy cuestionados, aunque el veredicto histórico no resulta concluyente con ninguno de ellos. La socialización de las fuerzas productivas ha disminuido en los últimos 30 años, si por ella entendemos la constitución de grandes complejos industriales centralizados y territorialmente unificados; pero ciertamente se ha acentuado si la entendemos como el control y la concentración de los sistemas de producción y distribución de bienes por parte de las corporaciones capitalistas. El proletariado industrial es hoy relativamente menos numeroso que en el pasado (aunque su número absoluto no ha cesado de crecer); pero los asalariados constituyen por primera vez la mayoría de la humanidad. La planificación burocrática soviética ha colapsado, y en los estados capitalistas los mecanismos de planificación se hallan en retroceso, en favor del mercado; pero en el interior de las multinacionales la planificación es mayor que nunca, en parte gracias a las potencialidades de la era informática. Finalmente, aunque la igualdad como valor ha recibido fuertes críticas en los últimos años, continúa siendo un principio difícil de desterrar de los imaginarios colectivos.

Por otra parte, el mismo desarrollo industrial ha colocado el problema ecológico en un lugar central. Porque si la contaminación ambiental y el consumo de recursos no renovables no son detenidos, la vida humana sobre el planeta Tierra corre el riesgo de desaparecer. Y en este terreno el mercado nada tiene para ofrecer. La crisis ecológica planetaria parece ser, pues, uno de los argumentos más potentes que podemos esgrimir en la actualidad en contra del capitalismo y en favor del socialismo. Sin embargo, y en vistas de que los recursos del planeta no alcanzan para extender al conjunto de la humanidad los niveles de consumo de las regiones centrales, la utopía de una futura sociedad de abundancia irrestricta debe ser abandonada: los problemas de la escasez y de la asignación selectiva de recursos nos seguirán acompañando.

CON DIRECCIONES, PERO SIN DUEÑO. Si el nuevo socialismo aspira a convertirse en una alternativa real a la barbarie capitalista, entonces deberá repolitizar a las masas o, para que no suene tan feo, volver a inculcarles la responsabilidad y el placer de la política… Una responsabilidad y un placer que debería comenzar reinstalándose entre la propia militancia. Esto es parte de la necesaria lucha cultural e ideológica. En líneas generales, de cara al futuro y si aspira realmente a ser una alternativa real de transformación social, el socialismo debería ser capaz de:

  1. a) Hallar (o construir) un agente colectivo con capacidad no sólo para desestabilizar el orden político-económico capitalista, sino también para remplazarlo por otro.
  2. b) Desarrollar una ética socialista radicalmente antiutilitaria, realista e histórica; universalista pero respetuosa de las especificidades culturales, étnicas, de género, etcétera.
  3. c) Elaborar una concepción de la justicia capaz de hacer avances sensibles en un sentido igualitario: la sociedad comunista de absoluta abundancia que imaginó Marx alguna vez, en la que todos tendrían cuanto quisieran y en la que, por ende, la “justicia” distributiva sería superflua, no parece viable en ningún plazo razonablemente previsible.
  4. d) Resolver teórica y prácticamente los complejos dilemas que plantea la necesidad de constituir una economía capaz de combinar planificación y democracia; planificación y mercado; eficiencia e igualdad; eficiencia y sustentabilidad.
  5. e) Crear un diseño político-institucional que permita una mayor, más auténtica y eficaz participación ciudadana a todos los niveles (local, nacional y global); lo que necesariamente obliga a combinar mecanismos de democracia representativa (insustituible en cualquier futuro previsible), con formas de democracia deliberativa y directa.
  6. f) Una vez que se acepta (como creo se debería aceptar) que el Estado será una realidad inextinguible al menos por muchísimas décadas, se impone la tarea de diseñar frenos y contrapesos político-institucionales contra las tendencias burocráticas que tal macroinstitución necesariamente genera.
  7. g) Ser capaz de compatibilizar la propiedad socializada (no necesariamente estatal) de al menos los principales medios de producción y el desarrollo de prácticas económicas colectivistas, con la más amplia garantía para las libertades individuales y la autorrealización personal.
  8. h) Combinar imaginación utópica con realismo científico y político.

En todas y cada una de estas esferas reina la incertidumbre; pero, creo, esta debería ser la agenda intelectual y política del socialismo de nuestro tiempo.

*    Historiador, investigador, docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Comahue, Neuquén, Argentina. Por información sobre el curso que dictará en Montevideo véase http://cienciassociales.edu.uy/blog/noticias/curso-el-marxismo-en-la-encrucijada/

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